Las pinturas de Adolf Hitler: La desconocida faceta artística del líder del Tercer Reich
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- Héctor Fuentes
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De la vida política de Adolf Hitler (1889-1945), uno de los personajes más controvertidos, vilipendiados y odiados de la historia, se ha escrito hasta el hartazgo, aunque una de sus facetas permanece relativamente oculta para muchos: La de pintor y artista frustrado.
Según relatan sus biógrafos, en su adolescencia era un estudiante más que mediocre. En 1904, cuando tenía sólo 16 años, abandonó la escuela con sólo la asignatura de dibujo aprobada, una de las pocas materias por las cuales demostraba un vivo interés. En los años siguientes, durante su estancia en la ciudad austríaca de Linz, el futuro canciller de Alemania estaba decidido a emprender una carrera como artista en las artes visuales, lo que lo enfrentó a su estricto padre, Alois Hitler, quien deseaba que su hijo ingresara a la administración pública.
Tras la repentina muerte de su progenitor, Adolf Hitler finalmente convencería a su madre, Klara Pölzl, de que le permitiera concretar su sueño de convertirse en un artista. De ese modo, viajó a Viena para dar el examen de ingreso a la Academia de Artes de esa ciudad, pero para su sorpresa no fue aceptado, lo que fue un golpe demoledor para su juvenil ego.
Al año siguiente, en 1908, unas semanas después de la muerte de su madre por un cáncer, el joven Adolf Hitler rindió de nuevo los exámenes de admisión a la Academia de Artes de Viena, pero los resultados fueron aún peores. Sin embargo, el rector de la institución, viendo que en los dibujos de Hitler abundaban los edificios y escaseaban las personas, le aconsejó que intentara ingresar a la Escuela Académica de Arquitectura. Sin embargo, esto requería que Hitler regresara a la escuela secundaria, que ya había abandonado y a la que no estaba dispuesto a volver.
Hitler, pese a su fracaso, decidió quedarse en Viena para evitar la humillación de volver a casa con otro rechazo a cuestas. Aunque la capital austríaca era para él una “repugnante babilonia de razas”, contaminada con “judíos y eslavos”, era consciente de que era uno de los lugares más culturalmente activos de Europa, por lo que vivió allí entre febrero de 1908 y mayo de 1913, conociendo de cerca la pobreza, el hambre y la vida en albergues para personas desamparadas.
Prácticamente indigente, la única fuente de ingresos de Hitler por esa época consistió en barrer la nieve o cargar maletas en la estación de trenes. Por lo general, comía en comedores sociales y dormía en plazas y hospicios insalubres, pero nunca dejó de pintar. Su esperanza era que quizás algún día conocería a algún artista consagrado que pudiera ayudarlo en su deseo de pintar profesionalmente, y por eso frecuentaba cafés de artistas. Sus biógrafos estiman que en esos años Adolf realizó más de mil bocetos, dibujos, pinturas y acuarelas.
Llevando una penosa y precaria vida bohemia en Viena, poco a poco la suerte de Adolf Hitler comenzaría a mejorar hasta llegar a sobrevivir una temporada exclusivamente pintando cuadros y postales de la ciudad, aunque, curiosamente, la mayoría de sus clientes eran tiendas de comerciantes judíos.
Samuel Morgenstern, empresario austríaco y socio de negocios del joven Hitler en su período de Viena, fue uno de los que compró muchos de sus cuadros. Según Morgenstern, Hitler lo contactó por primera vez a principios de la década de 1910 (en 1911 o 1912), cuando entró a su almacén y le ofreció tres de sus pinturas. Morgenstern relataría que uno de sus clientes más importantes fue un abogado judío llamado Josef Feingold, quien compró una serie de pinturas que representaban paisajes urbanos de la antigua Viena.
Sería en Viena donde el joven Hitler, debido a las privaciones, forjaría su férreo carácter y también fue en esta ciudad donde se comenzó a fraguar su intenso odio a los judíos. “Viena debió ser para mí la escuela más dura y a la vez la más provechosa de mi vida. Había llegado a esta ciudad cuando era todavía adolescente y me marchaba convertido en un hombre taciturno y serio”, relataría Hitler años después.
Adolf Hitler se marcharía de Viena en 1913 rumbo a Munich. Al año siguiente estallaría la Primera Guerra Mundial y el joven acabaría presentándose como voluntario, luchando en el frente occidental -en Francia y Bélgica- hasta ser ascendido a cabo. En ese escenario bélico, muy cerca de las trincheras, continuó pintando, aunque a los detallados paisajes rurales y urbanos que solía dibujar durante su estancia en Viena y Munich, ahora comenzó a crear obras más caóticas y realistas, basadas en paisajes desolados, pueblos en ruinas y solitarios campos de batalla jalonados con tanques.
Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, un desconsolado Adolf Hitler regresó a Munich, donde comprobó cómo el caos, el desgobierno y la miseria se extendían por toda la nación germana, un polvorín que la recién creada República de Weimar intentaba en vano apagar. Miles de facciones políticas intentaban ganar algo de poder, causando una intensa crispación social, por lo que era usual que cualquiera se animara a dar un discurso político en cualquier cervecería, el lugar preferido en Alemania para realizar los mitines políticos.
Un día el ex cabo y pintor frustrado, de tez pálida y bigote recientemente recortado en forma de cepillo, durante una discusión política, abrió la boca en un exaltado discurso y dejó a todos con la boca abierta. En ese momento Hitler descubrió que era un orador nato, lo que lo encauzó a su nueva gran pasión: La política, aunque ello no impidió que retomara ocasionalmente la pintura en sus ratos libres a nivel de aficionado.
Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hitler le confesaría al embajador británico Nevile Henderson: “Yo soy artista y no político. Una vez que se resuelva la cuestión polaca, quiero terminar mi vida como artista”.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y después de la propia muerte de Adolf Hitler, la mayoría de las obras pintadas por el dictador alemán fueron confiscadas por el Ejército de los Estados Unidos. En los años posteriores se recuperarían varios de sus cuadros, los cuales serían vendidos en subastas por decenas de miles de dólares. En el año 2009, por ejemplo, una casa de subastas en Shropshire (Inglaterra) vendió 15 de las pinturas de Hitler por un total de 120 mil dólares, mientras que otra casa de subastas de la misma localidad vendió 13 de sus obras por más de 100 mil euros. En una subasta realizada el 2012 en Eslovaquia, en tanto, una pintura individual se vendió por casi 43 mil dólares.
Hoy, todavía no existe coincidencia entre los críticos de arte sobre el real talento de Adolf Hitler para la pintura. Algunos aducen que la habilidad pictórica de Hitler era pobre, lo que habría quedado de manifiesto en que sus pinturas ponían énfasis en la arquitectura, mostrando lugares públicos, edificios y casas de campo, mientras rara vez aparecían personas, lo que demostraría que adolecía de falta de voluntad o habilidad artística.
Otros críticos, en cambio, aducen que Adolf Hitler sí “tenía una pizca de talento”. En una ocasión, de hecho, a un moderno y prestigioso crítico de arte le mostraron varias de las pinturas de Hitler sin decirle quién las había pintado, y este crítico las calificó como “muy buenas”, agregando que la poca afición del pintor (Hitler) al dibujar figuras humanas representaba, en su opinión, una profunda falta de interés en las personas.
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