A pesar de ser recordada como unas de las actrices más bellas y uno de los símbolos sexuales más icónicos de todos los tiempos, Marilyn Monroe era una mujer complicada y atormentada detrás de su rostro hermoso, curvas perfectas y ademanes seductores. Murió misteriosamente la noche del 4 de agosto de 1962, a los 36 años de edad, después de una vida jalonada por la melancolía, una violación que sufrió en su juventud, tres matrimonios fallidos, la imposibilidad de tener hijos (al parecer por endometriosis), abortos espontáneos, el abuso de medicamentos recetados y una tristeza personal que el mundo no vería bajo el oropel deslumbrante de su fama.

“Lo que está claro es que Marilyn Monroe sufría de una grave angustia mental. Sus síntomas incluían una sensación de vacío, una identidad dividida o confusa y volatilidad emocional extrema”, comentó la periodista científica Claudia Kalb, quien aseguró que probablemente la mítica actriz padecía un trastorno límite de la personalidad.

Sus biógrafos, de hecho, cuentan que entre su médico de cabecera y su asistenta personal la ingresaron una vez en una institución psiquiátrica, de la que la tuvo que sacar su ex marido Joe di Maggio, con quien planeaba casarse por segunda vez.

Marilyn, por cierto, tampoco tenía una buena opinión de sí misma: “Soy hermosa por fuera, pero horrible por dentro”, confesó en uno de los poemas que escribió y que no fueron publicados hasta el 2010, agregando que “tengo tanto miedo a que no me quieran que, cuando me quieren, sólo soy capaz de pensar en el instante, cercano o lejano, en que dejarán de quererme”.

El dramaturgo Arthur Miller, uno de sus tres maridos, llegó a escribir: “¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?”.

Quizás uno de las evidencias más descarnadas del confuso estado mental de la hermosa actriz de “Los Caballeros las prefieren rubias” y “Una Eva y dos Adanes”, es la siguiente anotación que la propia Marilyn hizo en su diario de vida:

“No puedo dormir, no puedo concentrarme, no sé si soy buena o mala en la cama, odio el dolor, no puedo tener hijos, me cuesta tomar decisiones, no puedo mantener una relación amorosa, padezco depresiones, y tomo demasiados tranquilizantes. Bebo, miento, y, con frecuencia, deseo morir, aunque tengo pánico a la muerte y a las cosas muertas. Quiero amar, y, al mismo tiempo, lo sacrifico todo por mi carrera. Soy ignorante, tonta y vulgar, y leo libros y tengo maestros que creen que puedo ser una gran actriz, pero no puedo recordar los parlamentos del guión. Soy una estrella pero las productoras me odian. Creo en el matrimonio y la fidelidad pero me acuesto con otros… Dios mío, qué confusión”.