¿Quién mató al Presidente John Kennedy? Un misterio que ya tiene medio siglo
Guía de: Mitos y Enigmas
- Héctor Fuentes
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El 22 de noviembre de 1963 se registró uno de los mayores magnicidios de la historia contemporánea. John Fitzgerald Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, fue mortalmente herido por varios disparos mientras circulaba en el coche presidencial descapotable en la ciudad de Dallas, Texas, convirtiéndose en el cuarto mandatario americano asesinado durante su mandato (después de los presidentes Abraham Lincoln, James Garfield y William McKinley).
El asesinato de JKF, que causó consternación mundial, fue adjudicado a un tirador solitario, Lee Harvey Oswald, un empleado del almacén “Texas School Book Depository”, quien, convenientemente, también moriría asesinado 48 horas después. Con la muerte de Oswald, quien fue sindicado posteriormente como un doble agente de la CIA, se desataron de inmediato numerosas teorías conspirativas para explicar el asesinato, la más famosa de las cuales asegura que JFK (y su hermano Robert en 1968) fueron ultimados por asesinos de las agencias de seguridad del propio gobierno americano.
Para comprender bien esta historia, hay que revisar concienzudamente los hechos de ese infausto día. A las 11.40 hrs del 22 de noviembre de 1963 el avión que transportaba al presidente de los Estados Unidos John Kennedy y a su esposa Jackie aterrizó en la ciudad de Dallas. El ambiente no era de los mejores, pues después de la fracasada invasión norteamericana a la Bahía de Cochinos en Cuba, los sectores más conservadores de Estados Unidos habían acusado al presidente Kennedy y a su administración de debilidad. De hecho, antes de la llegada de JFK a Dallas, en esa misma ciudad y otros lugares del estado de Texas se repartieron numerosos panfletos con dos fotos del rostro del mandatario (de frente y de perfil, tal como las fotos de los criminales cuando son fichados por la policía), junto con una leyenda que decía: “Se busca por traición”.
Luego de llegar a Dallas, la comitiva presidencial, que además de Kennedy y su esposa Jackie integraban el gobernador de Texas John Connally Jr. y su esposa, abordó un automóvil descapotable Lincoln que se dirigió de inmediato al centro de la ciudad de Dallas, cuyas calles se encontraban abarrotadas de ciudadanos que querían ver o saludar a JFK y su esposa quienes, por cierto, ocupaban los asientos traseros del auto. Todo transcurrió con normalidad hasta que el reloj dio las 12.30 hrs, la hora fatal.
Cuando el auto presidencial, que transitaba a unos 15 kms por hora, enfiló por Elm Street, se situó momentáneamente frente al edificio del Almacén de Libros Escolares de Texas, a una distancia de unos 20 metros. En ese momento se escuchó el primer disparo, que al parecer se habría desviado en un árbol y rebotado en el cemento. 3 segundos más tarde, un segundo disparo alcanzó al presidente Kennedy por detrás de su espalda y salió por su garganta. Kennedy de inmediato se llevó ambas manos a su cuello con signos de ahogo y dolor en el rostro, mientras su esposa, que lo observaba atónita, gritaba “¡Han disparado a mi marido!”. En el asiento delantero, en tanto, el gobernador John Connally, que también había sido alcanzado por un disparo que le había entrado por la espalda y salido por el pecho, exclamaba: “Dios mío, van a matarnos a todos”. Cuando Jackie intentó tirar del presidente Kennedy para recostarlo sobre el asiento, se escuchó un tercer disparo, el fatal, que impactó de lleno en la cabeza del mandatario. Jackie, horrorizada, gritó “¡Mi marido está muerto. Tengo su cerebro en mis manos!”, mientras intentaba salir del coche trepando por la parte trasera. Clint Hill, un agente del servicio secreto, se encaramó entonces al coche por detrás para evita que Jackie saliera del Lincoln. Toda la impactante escena, por cierto, había sido filmada por Abraham Zapruder, un ciudadano que había estado filmando el paso de la comitiva presidencial con una flamante cámara Super 8 mm.
Tras el tiroteo, el Lincoln abandonó a toda prisa el lugar. La esposa del presidente relataría más tarde que “el resto del camino fui abrazada a John, sujetándole la cabeza para impedir que se le saliera el cerebro”. Después de una frenética carrera, JFK y el gobernador Connally fueron ingresados al hospital Parkland. Los doctores James Carrico y Malcom Perry intentaron hacer lo imposible, es decir, reavivar el pulso y la respiración del presidente, practicándole una traqueotomía aprovechando la herida de la bala en la garganta de Kennedy, que además presentaba un espantoso destrozo en su cabeza y otra herida debajo del cuello de su chaqueta, por encima del lado derecho de la columna. Por supuesto todo fue inútil, porque aunque los médicos le hubieran devuelto las señales de vida, Kennedy tenía medio cerebro fuera del cráneo y ya no existía actividad neuronal. Alrededor de 40 minutos después, cerca de las 13.00 hrs de Dallas, JFK fue declarado muerto.
80 minutos más tarde sería arrestado en un cine de Dallas Lee Harvey Oswald, acusado del asesinato del oficial de policía JD Tippit. Horas después Oswald también sería acusado de ser el presunto autor de los disparos que mataron a Kennedy, valiéndose de un fusil de cerrojo Carcano M91/38 con mira telescópica que había sido encontrado detrás de unas cajas en la sexta planta del depósito de libros de Dallas, donde Oswald trabajaba y desde donde presumiblemente se habían efectuado los disparos. Después de ser detenido, Oswald gritaría: «¡Yo no he matado a presidente Kennedy ! ¡Yo no he matado a nadie! No sé nada acerca de eso”.
Oswald negó siempre haber disparado contra el presidente, pero su caso nunca pudo ser investigado. Dos días más tarde, mientras era trasladado por los estacionamientos subterráneos del cuartel de la policía, fue asesinado de un disparo en el pecho por Jack Ruby, un gangster de Dallas que había servido de testigo a Richard Nixon durante la famosa caza de brujas del senador McCarthy, y quien se las había arreglado para acercarse a él entre una multitud de periodistas, fotógrafos y camarógrafos.
La Comisión Warren, presidida por el juez del Tribunal Supremo James Earl Warren y que investigó el magnicidio por orden del nuevo presidente Lyndon B. Johnson, dictaminó 10 meses más tarde que Lee Harvey Oswald, que supuestamente había actuado sólo, era el responsable de la muerte del presidente John Kennedy. Oswald, según la comisión Warren, efectuó tres disparos, de los cuales fueron dos certeros, es decir, el segundo y el tercero.
Supuestamente el caso estaba cerrado, pero en 1976 un Comité de la Cámara de Representantes lo reabrió y, tres años después, concluyeron que hubo cuatro disparos. Es decir hubo dos tiradores y, por lo tanto, una conspiración. La prueba fundamental consistió en la grabación de una de las radios de una de las motos de la policía de Dallas que acompañó al desfile. La radio se quedó encendida en el canal 1 hacia las 12.30, instantes antes del tiroteo y registró cuatro detonaciones, y no tres, en la cinta de la central policial de Dallas. Las dos últimas eran prácticamente simultáneas, por lo que era imposible que fueran realizadas con el fusil de cerrojo de Oswald. Los peritos hicieron estudios de acústica basados en la posición de la moto y concluyeron que los tres primeros disparos procedieron de la sexta planta del edificio de Dallas, tal y como dijo la Comisión Warren, pero no el cuarto, que procedía de la valla del Grassy Knoll, con una «probabilidad del 96%».
La teoría de la conspiración ganó fuerza al analizarse las incongruencias que la comisión Warren cometió o pasó por alto. Esta comisión dictaminó que el gobernador de Texas John Connally, que sobrevivió al atentado, había sido alcanzado por la misma bala que impactó a Kennedy en su garganta, es decir, esta bala, la llamada “bala mágica”, después de alcanzar a Kennedy y desviarse inexplicablemente, habría alcanzado también a Connally. James Tague, un espectador que se encontraba situado a 82 metros frente a donde Kennedy fue alcanzado, también recibió una pequeña herida de bala en la parte derecha de su cara, sin mencionar que varios testigos afirmaron haber oído disparos y visto volutas de humo desde una valla de madera ubicada en el montículo del Grassy Knoll, enfrente del coche en el que viajaba el presidente, un emplazamiento totalmente diferente del de la ventana del sexto piso del almacén de libros de Dallas. James Carrico y Malcom Perry, los primeros doctores que atendieron a Kennedy, por su parte, afirmaron que la herida de la garganta, que sólo ellos pudieron examinar durante un breve lapso, era el orificio de entrada de una bala y no el de salida.
A lo anterior hay que agregar el misterio en torno a Lee Harvey Oswald, un enigmático personaje que aseguraba ser marxista y simpatizante de Cuba y de la Unión Soviética. En 1959 Oswald había renunciado a la ciudadanía americana solicitando la nacionalidad soviética. Además estaba casado con una rusa y era un firme defensor del comunismo y la Cuba de Castro. El caso, así mirado, podía tener algo de sentido, pero había demasiadas piezas que no encajaban, partiendo por la proeza del disparo, pues ¿Cómo era posible que Lee Harvey Oswald, un tirador que fue calificado de “mediocre” cuando hizo su servicio militar, pudiese acertar dos veces en nueve segundos a un blanco móvil desde un sexto piso y a 140 metros de distancia con un viejo fusil? Por otro lado, respecto de la “bala mágica”, era físicamente imposible que una sola bala pudiera acertar en dos blancos no alineados.
David Lifton, en su libro “La mejor prueba”, aseguró que el cadáver de JFK salió del hospital Parkland de Dallas en un ataúd de bronce con la cabeza envuelta entre sábanas y aterrizó en el Hospital Naval de Bethesda en un féretro sencillo de metal y con la cabeza envuelta en un plástico. Durante el viaje en avión, el cadáver habría sido manipulado, agrandando el orificio de entrada para confundirlo con uno de salida y ocultar por tanto un disparo frontal distinto a los tres realizados desde el sexto piso del “Texas School Book Depository”. La teoría de Lifton, así, pareció probar además la momentánea desaparición y manipulación del cerebro del cadáver de Kennedy, pues en él estaba la prueba de las trayectorias de bala.
La única investigación de relevancia durante los años 60 la realizó Jim Garrison, fiscal del distrito de Nueva Orleans, que encontró lazos entre Oswald y el movimiento anticastrista, a través de tres oscuros personajes: David Ferrie, Guy Bannister y Clay Shaw. Su testigo estrella, David Ferrie, que reconoció haber tratado con Oswald y pertenecer a un grupo anticastrista, se suicidó antes de subir al estrado. El caso se olvidó hasta que el cineasta Oliver Stone lo rescató para su película “JFK”, de 1991. Stone, cuando presentó su película al año siguiente, aseguró sin ambages que el magnicidio había sido obra de la CIA y los servicios secretos militares, que utilizaron en la conspiración a la mafia y a Lee Harvey Oswald como chivos expiatorios. «Desde entonces, no podemos creer en nuestros líderes», aseguró.
Así las cosas, la teoría conspirativa que tiene más respaldo es aquella que afirma que el asesinato de Kennedy fue planificado y ejecutado por la CIA, la todopoderosa agencia de inteligencia estadounidense que al parecer quería vengarse por la fracasada invasión a Cuba de Bahía Cochinos en 1961, ya que la negativa de Kennedy a proporcionar un apoyo militar directo a la operación fue el causante, según muchos analistas, de que se viera frustrada.
Howard Hunt, miembro importante de la CIA, corroboró esta versión, agregando en su lecho de muerte que el entonces vicepresidente Lyndon Johnson, quien ocupó la Presidencia en reemplazo de Kennedy convirtiéndose en el trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, habría sido uno de los autores intelectuales del asesinato, ansioso de conseguir el poder tras dos años como vicepresidente. El plan para matar a JFK, conocido como “The Big Event”, había sido concebido y ejecutado por la CIA. El francotirador que mató a Kennedy, de hecho, habría sido un asesino a sueldo de la CIA proveniente de la mafia corsa llamado Lucien Sartí. Hunt también implicó a Frank Anthony Sturgis, un mercenario de la CIA que estuvo en Bahía Cochinos y que fue junto a él uno de los “fontaneros” del caso Watergate que intentaron en 1972 plantar micrófonos en la sede del Partido Demócrata, el mismo caso que significaría la posterior renuncia del presidente Richard Nixon a su cargo en 1974. El estratega político Roger Stone también apuntó sus dardos hacia el presidente Lyndon Johnson, quien supuestamente dirigía un gran esquema de corrupción “de dimensiones bíblicas”.
JFK condenado a muerte
El periodista norteamericano David Talbott, autor del libro “La conspiración ( “Brothers” en inglés), relató que los dos grandes problemas a los que se enfrentó Estados Unidos cuando John Kennedy asumió la presidencia en 1961 eran la supervivencia humana en la era nuclear y el creciente clamor por la justicia racial. “Los Kennedy lograron que se avanzase enormemente en esas dos cuestiones esenciales y, al hacerlo, se enfrentaron contra el poderoso establishment de seguridad nacional de EE.UU. que estaba decidido a tener un enfrentamiento nuclear con la Unión Soviética, a pesar de las enormes pérdidas de vidas humanas que se habrían derivado de ello. Los Kennedy también desafiaron al ala sureña de su propio partido y al racismo arraigado en el sur estadounidense. Hay que tener en cuenta que JFK envió agentes federales y soldados del Ejército de Estados Unidos a la Universidad de Mississippi en una noche infernal de disturbios y violencia, para obligar a la universidad a admitir a su primer estudiante negro y tuvieron que pagar un precio terrible por ello en forma de profundos resentimientos”.
Talbott descartó también en su investigación los rumores y las acusaciones que vinculaban a Harvey Oswald con Fidel Castro. “No hay nada de cierto en esta acusación, una conclusión a la que incluso llegó la Comisión Warren, y que fue ratificada por investigaciones posteriores. Fidel Castro sabía que atentar contra el Presidente de Estados Unidos equivalía a suicidarse y ciertamente el líder cubano no era un estúpido. Pero, además, a pesar de las hostilidades que el presidente Eisenhower y la CIA habían iniciado contra el régimen de Castro, en los últimos meses de su presidencia, JFK había abierto canales diplomáticos secretos con La Habana con vistas a diseñar una solución pacífica. Castro, de hecho, quedó muy abatido al enterarse de la muerte de Kennedy, ya que se dio cuenta al instante de que eso “iba a cambiarlo todo”. Por lo demás, en los días posteriores al asesinato de JFK, Robert y Jackie Kennedy pidieron a un funcionario de confianza apellidado Walton que llevase un mensaje a los funcionarios soviéticos asegurándoles que ellos no culpaban a Moscú del asesinato, pues sospechaban que el presidente Kennedy había sido víctima de una conspiración en el más alto nivel de EEUU. Se trató de un mensaje muy peculiar para enviarlo a Moscú durante la Guerra Fría, y reveló de modo inequívoco la escasa confianza que el Fiscal General Robert Kennedy tenía en su propio gobierno”.
Talbott agregó que “los Kennedy, a causa de su riqueza, sus privilegios y su ambición, tenían demasiada fe en su capacidad de transformar la estructura de poder de Washington. Ellos no valoraron plenamente el poder de hombres como el jefe de la Fuerza Aérea Curtis LeMay (a quien JFK consideraba un belicista fuera de control), el director del FBI J. Edgar Hoover, y el legendario director de la CIA Allen Dulles. Cuando JFK despidió a Dulles, después de la desastrosa invasión de Bahía Cochinos en 1961, se ganó un enemigo peligroso. Dulles estaba en el centro de lo que el profesor Peter Dale Scott ha llamado “política profunda”(“Deep politics”) esa red oculta de intereses poderosos que manipulan las acciones oficiales desde bastidores. Cuando fue expulsado de la CIA, Dulles siguió trabajando como si estuviera todavía en el poder, convirtiendo su casa en el barrio de Georgetown de Washington en el centro de un gobierno en el exilio contra Kennedy. Entre los muchos agentes de la CIA que fueron a visitar a Dulles o que se comunicaron con él estaban James Angleton, Richard Helms,Howard Hunt y William Harvey, todos ellos conectados, según los investigadores, con el asesinato del presidente Kennedy y su posterior encubrimiento”.
David Talbott añade que para entender la conspiración gubernamental que acabó con la vida del presidente Kennedy, hay que analizar el denominado “complejo militar-industrial”, acerca del cual el presidente Eisenhower advirtió a Estados Unidos cuando dejó la Casa Blanca en 1961, el cual ha crecido durante décadas hasta dominar actualmente toda la economía de EEUU. “Nuestro país ha sido una sociedad militarizada desde la Segunda Guerra Mundial, con la Guerra Fría y ahora la Guerra contra el Terror como los motores que impulsan las empresas estadounidenses. JFK fue el último presidente en desafiar a esta enorme fuerza y pagó con su vida. Todos los presidentes desde Kennedy han sabido lo peligroso que resultaría hacer frente a los pilares del poder de EEUU, como Wall Street, la industria de la energía y el complejo de seguridad nacional. La administración Bush-Cheney era una criatura que pertenecía por completo a este complejo, que se nutre de la guerra y la expoliación planetaria. El presidente Obama llegó al poder ofreciendo una visión más optimista de América y de su lugar en el mundo, pero ha presidido el periodo de mayor crecimiento del estado de vigilancia masiva”.
Talbott, finalmente, concluyó que “el asesinato descarado del presidente Kennedy, a plena luz del día en las calles de una ciudad de Estados Unidos, envió un mensaje escalofriante a la élite de EEUU. Los líderes políticos como Lyndon Johnson y Richard Nixon inmediatamente se dieron cuenta de que JFK había sido víctima de una poderosa conspiración y hablaban entre ellos en voz baja entre ellos acerca de las consecuencias de este crimen, mientras aseguraban al público que Oswald había actuado solo y que el caso estaba cerrado. Los medios de EEUU, incluyendo amigos cercanos de JFK como el editor del Washington Post Ben Bradlee, también estaban preocupados en privado acerca de la existencia de una conspiración, pero no hacían nada para investigar el crimen y promovían el mito del francotirador solitario. Ningún miembro de las élites políticas o de los medios de comunicación de EE.UU. estaba dispuesto a arriesgar su carrera (o su vida) abriendo la puerta de este oscuro túnel. A excepción de Robert Kennedy, que corrió la misma suerte que su hermano. El asesinato de JFK traumatizó a toda una generación de estadounidenses, que fueron objeto de enormes lavados de cerebro sobre el asesinato y el verdadero legado de JFK. Este lavado de cerebro a través de los medios ha alcanzado un nivel enorme de ignorancia en el 50 aniversario de la muerte de JFK. Esto no sólo condujo a una constante erosión de la confianza pública en la autoridad del gobierno y de los medios, sino que también dio lugar a un creciente malestar cívico que percibe que la democracia de EE.UU. es una farsa y que el poder real está en manos de una élite despiadada dispuesta a hacer cualquier cosa para mantener su estatus privilegiado”.
Filmación de Abraham Zapruder del asesinato del Presidente John Kennedy:
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