Rusia y el mito de que supuestamente es un país “invencible”: ¿Dónde nace?

Para dilucidar si Rusia es o no un país invencible hay que remitirse a principios del siglo XVI.

Guía de: Mitos y Enigmas

El 9 de mayo del 2020 el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, presidió en la Plaza Roja los festejos del 75 aniversario de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania Nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, proclamando en esa ocasión el concepto de una “Rusia invencible”.

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“Sabemos y creemos firmemente que somos invencibles cuando estamos unidos”, dijo en esa ocasión el controvertido mandatario, recordando seguramente que el mismo Napoleón Bonaparte, los suecos y los ejércitos victoriosos de Adolf Hitler se habían internado en Rusia para conquistarla, pero fracasaron estrepitosamente, derrotados no sólo por los soldados rusos sino que también por el frío, poderoso e inmisericorde aliado de los rusos desde siempre.

Para dilucidar si Rusia es o no un país invencible hay que remitirse a principios del siglo XVI, cuando en Rusia surge una figura capital: Iván el Terrible (1533-1584), jefe del Principado de Moscú que tras la separación de un ya desintegrado imperio Mongol, fundó el estado ruso de Moscovia, situando su capital en Moscú. Iván, considerado como uno de los creadores del Estado ruso, desde 1547 sería el primer gobernante que se hizo nombrar Zar o Gran Rey de todo el Imperio Ruso.

Iván El Terrible.

Iván El Terrible.

El reinado de Iván El terrible estaría marcado por grandes reformas internas y el absolutismo que conseguiría ampliar el imperio ruso hasta Bulgaria y Siberia. Tras su muerte y luego de convulsionadas disputas de poder, en 1613 Miguel Romanoff tomaría Moscú, donde se le proclamó nuevo zar, iniciando así una nueva dinastía que perduraría hasta la caída de Nicolás II en 1917.

El Zar más recordado de la dinastía Romanoff sería Pedro I (1672-1725), apodado El Grande por sus más de dos metros de altura, quien consolidó el poder autocrático del Zar, creó las fuerzas navales rusas, reorganizó el ejército y debió enfrentar en 1707 una guerra contra el ambicioso rey sueco Carlos XII, quien ya había vencido a Dinamarca, despojándola de parte de sus territorios y obligándola a firmar la paz con unas condiciones consideradas humillantes, para después vencer a Polonia, apresando a su rey Augusto II.

Pedro I, El Grande.

Pedro I, El Grande.

Pese a que los suecos habían vencido al ejército ruso en la costa báltica en la batalla de Narva en el 1700, donde las fuerzas de Carlos XII utilizaron en su favor una tormenta de nieve que impedía la visión de los rusos, éstos se refugiaron en su vasto país, esperando que los suecos los invadieran, pues tenían un poderoso aliado: el General Invierno.

Cuando las tropas del Carlos XII invadieron Rusia en 1708, las tropas de Pedro el Grande se retiraron prudentemente para preparar con tiempo el contraataque, quemando en su huida las aldeas que pudieran servir de aprovisionamiento a los invasores. Para infortunio de los suecos, el invierno de ese año sería el más gélido del siglo, sin mencionar que los suecos también debieron enfrentarse a los efectos de la raspútitsa, mar de lodo que se forma anualmente como consecuencia de las lluvias y del deshielo de las grandes nevadas invernales, que dejaba totalmente intransitables los caminos, y que provocaron que la infantería, la caballería y la artillería sueca se enfangaran en un barrizal de proporciones bíblicas.

Tras perseguir infructuosamente al Ejército ruso en los meses de otoño e invierno, los exhaustos soldados suecos serían derrotados por los rusos en la batalla de Poltava en julio de 1709, obligando al rey sueco a huir, herido, hasta Turquía. Esta batalla supuso el final de la Gran Guerra del Norte y permitió que Rusia ampliara sus fronteras y arrebatara a Suecia el papel de primera potencia indiscutible en esa parte de Europa.

El Rey Carlos XII de Suecia  siendo trasladado por sus hombres, tras ser herido por los rusos en la batalla de Poltava.

El Rey Carlos XII de Suecia siendo trasladado por sus hombres, tras ser herido por los rusos en la batalla de Poltava.

En 1812 sería el emperador francés Napoleón Bonaparte el que intentó conquistar Rusia. Sus 680 mil hombres entraron en Rusia el 23 de junio de ese año, logrando en las semanas siguientes sonadas victorias como la batalla del río Moscova, mientras los rusos empleaban la táctica de la tierra arrasada, técnica militar que consistía en retroceder y no pelear de frente con los soldados de la Grande Armée y arrasar las tierras abandonadas a los franceses para que estos no pudieran abastecerse del terreno invadido.

Los franceses, hasta el momento victoriosos, llegaron el domingo 14 de septiembre de 1812 a Moscú, cuyas calles y edificios habían sido abandonados por la población. Dos días después, un grupo de voluntarios rusos incendiaron la capital, mientras sus compatriotas quemaban los campos y aldeas que la rodeaban, dejando sin avituallamiento a los invasores.

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Temeroso de perder el control de Francia, Napoleón y su gran ejército abandonaron Moscú solo un mes después de haberla conquistado. Durante la retirada comenzaría el calvario de la Grande Armée. Llegó el implacable invierno ruso y las temperaturas cayeron en picado, matando miles de soldados y caballos.

Durante esa triste retirada Napoleón escribió: “No nos han vencido los ejércitos rusos. Los hemos derrotado en el Moscova, en Krasnyi y en el Beresina […] El frío del invierno es lo único que nos ha obligado a retirarnos. En primavera emprenderemos una nueva campaña: y será victoriosa”.

Sin embargo, el emperador nunca llevó a cabo esta campaña, pues el General Invierno habría cobrado ya miles de víctimas francesas. Del poderoso Ejército de Napoleón, formado por más de 680.000 hombres, sólo sobrevivirían unos 136.000, es decir, alrededor del 20 por ciento de los efectivos, aunque otras fuentes aseguran que sólo 40. 000 soldados galos sobrevivieron y cruzaron el río Berézina rumbo al oeste en noviembre de 1812. Rusia había ganado de nuevo.

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Más de un siglo más tarde, Adof Hitler volvería a cometer el mismo error que Napoleón Bonaparte. Después que el Führer diera luz verde a la invasión de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, con la “Operación Barbarroja”, los ejércitos del tercer Reich, usando la poderosa táctica de la ‘guerra relámpago’ consiguieron sonadas victorias, apoderándose de vastas extensiones de territorio soviético y tomando miles de prisioneros, pero la llegada del invierno frustraría de nuevo los empeños de los invasores, quienes pensaban que iban a finalizar la campaña en unos pocos meses.

Finalmente, la llegada del duro invierno y sus gélidas temperaturas, la posterior raspútitsa y los campos y caminos enlodados de primavera y otoño, las inmensas estepas rusas que no parecían acabarse nunca, y la tenaz resistencia del Ejército Rojo frenarían el avance de los ejércitos mecanizados de la Wehrmacht.

La batalla de Stalingrado, la más encarnizada y deshumanizada del Frente Oriental, sería el corolario final de la infausta aventura nazi en Rusia, marcando el comienzo de la victoria rusa y la destrucción del mito de la invulnerabilidad de los ejércitos alemanes.

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Respecto a la supuesta invencibilidad de Rusia a lo largo de toda su historia, ésta quedaría en realidad desmentida por sus derrotas en la Primera Guerra Mundial -donde perdieron los territorios polacos, lituanos y parte de los bielorrusos- y, especialmente, durante la guerra ruso-japonesa, conflicto acaecido entre el 8 de febrero de 1904 y el 5 de septiembre de 1905, que se originó por las ambiciones imperialistas rivales del Imperio ruso y el Imperio del Japón en Manchuria y Corea.

Por entonces la Rusia del Zar Nicolás II era un gigante con pies de barro, que suplía la corrupción y decadencia de sus estructuras gubernamentales con un voraz y continuo crecimiento territorial, mientras que el Imperio Nipón, tras un serio proceso de reorganización nacional interna, retuvo los que consideraba sus máximos valores patrios –patriotismo, lealtad, diligencia– y los combinó con los modelos políticos y la tecnología occidentales.

Tras atacar sin previa declaración de guerra el puerto chino de Port Arthur, que los rusos consideraban esencial para el uso de su Armada y para el comercio marítimo, hundiendo algunos buques de guerra e inmovilizando al resto, los japoneses iniciaron formalmente esta guerra, asegurando su dominio del mar y desembarcando tropas en la península de Corea.

El zar Nicolás II se enteró del ataque con poca preocupación, pues no pensaba que Japón era rival digno para Rusia. En el papel, Japón era un país mínimo que no hacía tanto tenía una estructura semifeudal, donde sus habitantes se defendían con katanas.

Sin embargo, las supuestas ventajas del Imperio ruso no eran tales. Los soldados rusos en Manchuria no eran demasiados y sus refuerzos podían llegar únicamente por el famoso ferrocarril transiberiano, que no estaba listo para el transporte de grandes cantidades de hombres y suministros. Además, para socorrer a la flota rusa de Port Arthur, no se podía contar con la flota de Vladivostok, impedida por los hielos, ni con la del mar Negro, que por tratados internacionales tenía prohibido atravesar el estrecho del Bósforo.

No obstante, a pesar de estos inconvenientes, en San Petersburgo, capital rusa imperial durante más de dos siglos, como en casi toda Europa, todos daban por hecho que Rusia, potencia continental indiscutida, saldría vencedora de esta guerra.

Propaganda de la guerra rusa japonesa, que muestra a un cosaco comiéndose a un oficial japonés.

Propaganda de la guerra rusa japonesa, que muestra a un cosaco comiéndose a un oficial japonés.

En enero de 1905 comenzarían los impensados reveses para los rusos. Tras un asedio de cinco meses, Port Arthur se rindió ante los japoneses, quienes más tarde infringirían serias bajas al ejército ruso en la batalla de Mukden, en Manchuria. Poco más tarde, las fuerzas navales del Almirante japonés Togo y el Almirante ruso Rozhestvenski se enfrentaron en el estrecho de Tsushima, con una nueva victoria para los nipones, que al cabo terminaron ganando la guerra.

Japón, al cabo, logró el control de la península de Liaotung y de la parte meridional de Sajalín, el protectorado sobre Corea y la evacuación del ejército ruso de Manchuria, mientras su prestigio militar y político crecía en toda Asia. Para la Rusia autocrática, en tanto, la impensada derrota ante el país del Sol Naciente representó una puñalada en el corazón con efecto retardado. El estallido de la Revolución de 1905 contra el Zar, que fue aplastada a finales de ese año, sería el preludio de la que doce años después derrocaría al mismo Nicolás II.

La victoria final de Japón en la guerra ruso-japonesa, al cabo, constituiría un hecho que asombró al mundo entero, pues fue la primera vez que un pueblo no caucásico se enfrentaba y vencía a una potencia imperialista europea, demostrando que Rusia, al contrario de lo que pregonaban sus gobernantes y generales desde el siglo XVI, no era invencible.

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