“Yo soy escultor, no pintor”: Miguel Ángel y cómo pintó la Capilla Sixtina

El artista italiano, pese a varias dificultades, crearía una impactante obra monumental que rompería los moldes del arte renacentista,

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“Yo soy escultor, no pintor”, solía decir a sus conocidos el artista renacentista italiano Michelangelo Buonarroti, mejor conocido como Miguel Ángel, quien a principios del siglo XVI ya había esculpido la Pietà de San Pedro (1499) y el David (1501-1504), obras de suma belleza que lo habían consagrado antes de cumplir los 30 años como el máximo escultor de su tiempo.

Miguel Ángel (1475-1564).

Miguel Ángel (1475-1564).

Por ello, cuando en 1508 el Papa Julio II convocó a Miguel Ángel a Roma para que pintura los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, el artista italiano puso inmediatos reparos. “Pero yo no soy pintor, soy escultor. Con el pincel he hecho muy poco y usted quiere que pinte 1000 metros cuadrados sobre un techo curvo!”, protestó el artista, quien para empeorar las cosas jamás en su vida había pintado un fresco, técnica en la que la pintura, formada de pigmentos mezclados en agua, se extiende sobre una capa de mortero de cal aún húmeda.

El Sumo Pontífice, un autoritario jerarca eclesiástico más parecido a un comandante militar que a un Papa, y quien en una ocasión llegaría a golpear a Miguel Ángel con su bastón por impertinencia, no quiso escuchar protestas, e intentó apaciguar al genial artista italiano. “Harás un magnífico trabajo” -le dijo el Papa- “Mi arquitecto Bramante te levantará el andamio.”
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Resignado a materializar el encargo especial del Papa Julio II, Miguel Ángel se puso manos a la obra. Bocetó su primera idea, que había recibido directamente del Papa: pintar a los Doce Apóstoles y alguna decoración de relleno. Pero pronto esa idea le pareció demasiado simple, pensando que el techo no iba a tener la riqueza que merecía, de modo que obtuvo permiso para ejecutar un plan mucho más ambicioso.

Según una carta de Miguel Ángel dirigida a su amigo Fatteschi, el artista italiano contaba que “… cuando había hecho algunos dibujos, me pareció que resultaría cosa pobre; por lo que (el Papa Julio II) me dio otro encargo, de incluir las historias de más abajo y me dijo que hiciera en la bóveda lo que quisiera”.

Con carta blanca para pintar lo que estimara más conveniente, Miguel Ángel en ese momento concibió una pintura enorme y monumental, con 300 figuras que ilustrarían la pre-historia de la Iglesia, es decir, el tiempo del hombre en la tierra antes de la llegada de Jesucristo.

Los primeros trabajos, sin embargo, fueron decepcionantes. El mismo artista, en un soneto célebre, se refiere a los prolongados esfuerzos a los que se sometió trabajando sin descanso durante los siguientes cuatro años -entre 1508 y 1512- en una postura muy incómoda, luego que tuviera que montar de nuevo los andamios: “Los lomos se me han metido en la tripa y con las posaderas hago de contrapeso y me muevo en vano sin poder ver”.
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Para empeorar la situación, el Papa Julio II estaba impaciente, hasta el punto de que, según el biógrafo Condivi, amenazó con tirar al artista de los andamios y en una ocasión “le dio con un palo”. Por entonces, Miguel Ángel pasó por varias dificultades económicas por falta de pago, como se tiene noticia por la carta que dirigió a su hermano el 18 de septiembre de 1512: “… no tengo ni un grosso y estoy, puede decirse que, descalzo y desnudo, y no puedo recibir lo que aún falta que me paguen mientras no haya terminado la obra; y padezco grandiosas privaciones y fatigas”.​

De todos modos, la genialidad de Miguel Ángel se impondría a todas las dificultades. Entre 1508 y 1512, usando colores vivos, fácilmente visibles desde el suelo, y trabajando totalmente solo y sin ayudantes, pintaría en la bóveda de la Capilla Sixtina una obra de una complejidad iconográfica sencillamente extraordinaria.
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La parte central de su obra la componían una selección de escenas del Antiguo Testamento: La creación del mundo, La creación de Adán y Eva, El pecado original, El sacrificio de Noé, El Diluvio y, por último, La ebriedad de Noé. En ambos lados, conectando con los frescos de los muros laterales, aparecían representaciones de las Sibilas y los Profetas, que flanqueban la bóveda como precursores de la llegada del Mesías. Los ángulos, ocupados por las pechinas, en tanto, contenían escenas de los milagros de la salvación de Israel que prefiguraban la venida de Cristo.

En agosto de 1511, la mitad de la bóveda estaba ya completada, por lo que Miguel Ángel rompería su habitual secretismo con el que llevaba sus obras, autorizando la apertura de las puertas de la Capilla Sixtina para que el público pudiera echar un vistazo a sus frescos. Toda Roma acudió a contemplar la obra y el impacto fue inmediato, pues nunca se había visto nada igual, con un genial modelado de los desnudos y las figuras humanas y divinas, además de un colorido brillante perceptible incluso en condiciones de poca luz.
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Tras terminar su monumental fresco después de cuatro años de dura labor, el artista italiano pudo por fin respirar tranquilo. Había pintado una auténtica obra de arte, una creación monumental que rompería los moldes del arte renacentista, y que se inauguraría oficialmente el 31 de octubre de 1512.

El 1 de noviembre de 1512 se celebraría la primera misa en la capilla, después de acabada la pintura de la bóveda, que, en honor al predecesor del Papa Julio II, su tío Sixto IV, pasó de llamarse Magna a Sixtina.
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20 años más tarde, Miguel Ángel volvería a trabajar en la Capilla Sixtina, cuando en 1534 el Papa Pablo III le encargó que pintara al fresco el Juicio Universal en la pared del coro. Esta obra, no obstante, levantaría cierta polémica en la época debido a la desnudez de los personajes que poblaban la impactante escena. En una carta de Nino Sernini al cardenal Ercole Gonzaga, de noviembre de 1541, se recogía la opinión de algunos que pensaban que “no están bien los desnudos en semejante lugar, que enseñan sus cosas”.

La controversia la solucionaría el Papa Pío IV quien, en una clara medida de censura artística, ordenó en 1564 al pintor Danielle di Volterra que dibujara delicados velos y prendas sobre las figuras desnudas para tapar sus partes más íntimas. A pesar de todo, a finales del siglo XX, estos elementos fueron eliminados, dejando de nuevo al descubierto la versión original pintada por Miguel Ángel.

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