• Raimundo Gregoire, ex Guía Internacional
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El 17 de diciembre de 2010, un joven tunecino llamado Mohammed Bouazizi decidió inmolarse ante lo que él consideraba una situación injusta y, posiblemente, sin probabilidad de cambios. Paradójicamente, el status quo contra el cual Bouazizi tanto reclamó, fue modificado a partir de su desesperado e impotente acto de suicidarse a lo bonzo.

Desde entonces, se dio inicio a una gran revolución en Túnez, la cual terminó con Zine El Abidine Ben Alí, dictador tunecino en el poder desde 1987, dejando el gobierno y abandonando el país. Cerca de dos semanas de pacíficas protestas, muy masivas y sin tintes políticos, religiosos o clasistas, pudieron derribar a un gobernante que parecía aferrado de por vida a su falso cargo de presidente.

Foto: EFE

Egipto ha sido uno de los grandes epicentros de las últimas revueltas que han marcado al mundo.

Este suceso no pasó desapercibido y así fue que los fuertes movimientos sociales hicieron sucumbir a otro mandatario norafricano. Luego de 17 días de multitudinarias manifestaciones, Egipto ponía fin al gobierno dictatorial de 30 años de Hosni Mubarak. La plaza Tahrir de El Cairo se convirtió en un símbolo de esta rebelión, en la cual, siguiendo el modelo de la tunecina, no hubo divisiones políticas, religiosas y clasistas.

De ahí en más, varios gobernantes (la mayoría, dictadores o de tendencia autoritaria) comenzaron a vivir en carne propia lo que poco antes sufrieron Ben Alí y Mubarak. Muammar Al Gaddafi (Libia), Ali Abdullah Saleh (Yemen), Bashar Al Assad (Siria) y Hamad ibn Isa Al Khalifa (Bahrein) han sido desafiados por sus ciudadanos, los cuales llevan meses luchando contra sus mandatos. El uso destemplado de violencia por parte de estos líderes ha provocado una gran crisis humanitaria y política, lo cual tiene a muy mal traer a estos gobernantes. Tanto así, que Gaddafi tiene una guerra en su país, Saleh sufrió un ataque tras negarse a dejar el poder, Al Assad sólo se mantiene mediante ataques armados y Al Khalifa ha soportado gracias a Arabia Saudita, aliado en su lucha contra la mayoría chiíta de Bahrein.

Mientras, otros países del mundo árabe también se han visto afectados, en mayor o menor medida. Omán ha debido reprimir manifestaciones con fuerza, Kuwait ha cambiado de gobierno y Jordania y Marruecos han iniciado y anunciado grandes reformas sociales y políticas. Argelia vive convulsiones internas, Arabia Saudita ha realizado un millonario gasto en temas sociales, Iraq ha enfrentado revueltas populares y en Mauritania, Islas Comoras y Djibouti se han vivido protestas. En medio de eso, Sudán del Sur se desmembró, vía referéndum, de Sudán, convirtiéndose en el 54º estado africano.

Pero esto no ha sido todo, pues en paralelo a estas revueltas se produjeron otras en diversas latitudes y que no han sido parte de la agenda noticiosa de los medios. Es el caso de lo que ocurrió en Burkina Faso, Camerún y Swazilandia en África o lo que tuvo lugar en Irán e Islas Maldivas en Asia. Salvo lo acontecido en tierras iraníes, los demás asuntos no tuvieron gran repercusión política y mediática.

Sin embargo, desde hace tiempo venía gestándose un movimiento muy potente, bien organizado y con un alto impacto en los medios de comunicación. Se trata de la iniciativa “Democracia Real Ya!”, que busca cambios profundos en la sociedad y política española. Las manifestaciones, pacíficas y ordenadas, han tenido lugar en más de 50 ciudades de España y, en algo muy simbólico, los manifestantes incluso se han quedado a acampar en la famosa y emblemática Puerta del Sol de Madrid. Tras estos movimientos, se dio origen a los “indignados” españoles. Muchos movimientos, muchos cambios, y el mundo adaptándose a las nuevas realidades que surgen y se multiplican desde distintos puntos del planeta.