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Renuncia y renacimiento, sufrir y crecer para llegar donde debemos estar

Nos echan de un trabajo, terminamos una relación de pareja de años, nos mudamos a una nueva casa o a otra ciudad, siempre transitando un desconocido y sinuoso camino de montañas y valles.

A algunos seres humanos nos cuesta asumir lo nuevo. Una amiga muy querida dice entre risas “me cuesta cambiar de supermercado, imagínate cambiar de hombre”.

Renacimiento

Foto: Internet

Pero constantemente la vida nos exige hacer cambios. Porque la vida es así, es caos. Hay  vida y hay muerte, y hay día y hay noche y nuevamente día, en este eterno milagro de estar vivos.

Nos echan de un trabajo, terminamos una relación de pareja de años, nos mudamos a una nueva casa o a otra ciudad, siempre transitando un desconocido y sinuoso camino de montañas y valles.

Y a veces nos asustamos porque automáticamente somos arrojados a un lugar totalmente desconocido. Entonces, sí o sí, crecemos espiritualmente, pues la muerte de lo viejo es el nacimiento de lo nuevo.

Y en medio del dolor y de la incertidumbre cultivamos la templanza, esa maravillosa y a veces esquiva virtud de reestablecer poco a poco la armonía interior, respirando algo de paz, entendiendo que todo es perfecto. Sí, porque una vez que aceptamos que nos duele, y entramos en el dolor, éste empieza a ceder. No digo que no haya heridas que no cierren, pero aprendemos a vivir con ellas.

Y una vez que entendemos que estamos exactamente donde nuestra alma escogió estar para nuestra mayor evolución, todo se siente mejor. Donde estamos es donde debemos estar.

Confiemos que todos los lugares son parte del viaje.

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