De turista a “transplant”: Cómo saber cuando te convertiste en neoyorquino
- Gerónimo Jiménez, ex Guía de Nueva York
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Mucha de la gente que vive y ama Nueva York no nació en Nueva York. A todas estas personas que no nacieron en la ciudad, pero que sienten que Nueva York es su casa se les llama “transplants”, como si se hubiesen trasplantado y fueran un pequeño nuevo órgano de esta ciudad.
A todos los que llegamos a vivir aquí nos costó adaptarnos al principio. No sabíamos bien qué hacer en ciertas situaciones y de a poco fuimos aprendiendo lo que es vivir aquí. Algunas veces aprendiste porque te contaron, otras porque supiste darte cuenta, y otras porque te llego un empujón o un grito de parte de un neoyorquino apurado, obviamente. De a poco te fuiste dando cuenta que algunas cosas te empezaban a molestar, que habían zonas de la ciudad a las que no querías ni aparecerte, detalles que sólo gente que vive en Nueva York conoce. Finalmente, llega ese momento en que uno está de vacaciones o fuera por mucho tiempo y piensa “que ganas de estar en mi casa”. Llega el momento en que Nueva York es tu casa.
Una de las primeras experiencias que tuve en esta ciudad, fue cuando con mi señora nos fuimos a tomar unas cervezas para celebrar que habíamos encontrado un departamento. Me acerqué al bar, pagué las dos cervezas, las agarré y me fui a sentar a una mesa cerca de la ventana, para ver a la gente pasar. Dos minutos más tarde, alguien me toca la espalda: Hey! Here in New York you have to tip the barman (“Acá en Nueva York se le deja propina al barman”). El barman no tuvo ningún problema en venir hasta donde yo estaba a exigir su propina. Con vergüenza y cara de huevón, me doy vuelta y le dejo los dólares correspondientes. Welcome to New York.
Parte de los costos de vivir en esta ciudad es que te convierte en una persona un poco más impaciente, neurótica y mal genio. Por ejemplo, la calidad del servicio en Nueva York es impresionante y uno se da cuenta de esto estando en el extranjero. Me acuerdo que en España por ejemplo, veía a nuestro mesero conversando sin ningún apuro con su colega. “¡Cómo es posible que se demoren tanto y no nos pesquen!” pensaba en mi cabeza. Y no habían pasado ni dos minutos.
Los otros costos son reales: los arriendos exorbitantes que hay que pagar o la cantidad de impuestos que te sacan. También, solamente viviendo acá uno se da cuenta que el camino al trabajo puede pasar de ser congelado y resbaloso a ser sudado, pegoteado y claustrofóbico, especialmente porque sin auto uno tiene que caminar y usar el transporte público para todos lados.
Al empezarlo a usar diariamente, uno se hace un experto en el metro, conociendo tanto sus líneas como la manera de comportarse. Uno ya sabe dónde pararse en las estaciones para quedar en la puerta exacta, que después te deja al lado de la escalera que te conviene en la estación donde tienes que salir. Uno también llega a odiar a esos grupos de bailarines que bailan en los vagones, y que uno encontraba tan “folclóricos” al principio. Ya con el tiempo, uno sabe cómo identificarlos desde antes de que se suban al tren, y así meterse en el vagón del lado.
Al pasar de ser un turista a ser alguien que vive en Nueva York, uno se acostumbra y adopta el apuro constante que hay en esta ciudad. Empezando por tener que llegar al trabajo. Uno frecuentemente se topa con grupos de turistas caminando lento y zigzagueando por la vereda, o con problemas en las máquinas para entrar al metro y dan ganas de matarlos. Ahora uno pasa de caminar a galopar constantemente, sin importar la ciudad que uno visite o a donde uno se vaya a vivir. Todo el resto del mundo camina lento. Es así como después de un tiempo, uno empieza a ver a los turistas con desdén (ugh tourists!), siendo que al principio tú fuiste tal como ellos.
En el barrio de uno, uno llega a conocer todos los delis, bodegas y mini-markets que quedan cerca de tu casa. Uno logra encontrar los restaurantes, bares favoritos y “picadas” locales, y ya saber lo que uno va a pedir sin ni siquiera mirar la carta. Esto hace que una de las cosas más odiosas llegue a ser una invitación a otro barrio en el fin de semana. Por ejemplo, viviendo en Brooklyn era una lata tener que ir a Manhattan durante el fin de semana. Uno se enamora de su barrio y no quiere dejarlo a no ser que sea extremadamente necesario (como para ir a trabajar).
Y como éstos, podría seguir dando miles de ejemplos que solo los New Yorkers entenderían. Llegar a odiar cualquier restorán que sea cash only (que no acepten tarjetas), hablar mal de Time Warner (compañía de TV cable), el miedo constante a tener que tomar la línea G del metro, que un tema de conversación fijo en cualquier fiesta sea cuánto uno paga de arriendo, comentar de alguna cosa freak que se vio en el metro o la ciudad esa semana (como Santa-Con, donde uno ve a miles de Viejitos Pascueros/Santa Clauses muy borrachos por todos lados, o parades de distintos países), comerse el mejor pedazo de pizza a las 4 de la mañana después de una fiesta, etc., etc.
A pesar de todo esto, la verdad es que Nueva York te cambia. Uno llega a Nueva York quizás sin conocerse a uno mismo y esta ciudad te obliga a sacar lo mejor de ti. Y si eres capaz de aguantar los primeros meses te recibe con los brazos abiertos, lista para darte todas las oportunidades y libertad que existen, sin importar la persona que seas, de dónde vengas o lo que haces. Después de Nueva York uno realmente se encuentra a uno mismo; uno conoce al “yo” auténtico. Y, sin importar lo que pase en el futuro, para siempre llevarás a Nueva York contigo donde quiera que vayas.
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